EDITORIAL NORMA, 2003

La Gran Burguesa

Silvina Bullrich fue la escritora argentina más exitosa, la que obtuvo más fama y la que más libros vendió. Con el modelo explícito de los best-sellers norteamericanos, logró montar una especie de industria unipersonal que producía a razón de un libro por año. Aparecían antes de Navidad y el público los consumía en la playa durante el verano. Era una escritora talentosa y sabía contar, pero como no se privó de reconocer muchas veces (porque lo decía todo, o casi todo), las presiones del mercado la fueron apartando de su ruta. Dejó en el camino una trayectoria seria, que podría haber sido.

¿De qué hablaba? De lo que conocía bien. Las viejas casonas tradicionales, los pisos de Barrio Norte, las estancias, las herencias, los viajes a Europa. Y por supuesto, de los amantes, las traiciones, la indiferencia de los hijos, lo difícil que resulta vivir y crecer para una mujer. O sea, en gran medida, de ella misma. Era ella la que vendía. Una mujer punzante que desmenuzaba con agudeza a su propia clase y de paso, permitía a sus lectores entrometerse en ese mundo. Ella sabía esto y lo explotó durante años. Ganó bastante dinero, algo que le importaba muchísimo porque a pesar de los brillos no era rica. Además, le gustaba provocar.

Era agresiva, egoísta, en ocasiones desagradable, y mucha gente no la quería. Pero también, a su manera fue valiente y en cierta forma, feminista. Ella, que apenas había aprobado sexto grado porque según su madre “en el secundario los profesores preguntan cosas verdes sobre el cuerpo humano”, decidió que iba a ser escritora, libre e importante. Y logró serlo. Tuvo los hombres que quiso, se divorció cuando nadie lo hacía y afrontó una convivencia sin papeles. Se quejó, reclamó, escribió artículos. Abrió caminos, aunque siempre en su estilo particular.

Como a las otras escritoras del trío más mentado, la conocí en mi adolescencia por medio de sus libros (Los burgueses, Los salvadores de la patria, Bodas de cristal, La creciente, Los pasajeros del jardín y Mañana digo basta). A partir de los setenta me fui alejando, aunque hay que reconocer que ella me ayudó bastante. Fue en esos años cuando publicó sus títulos más superficiales y apurados.