Los Siete Locos

Reseña
Los desafíos de un programa cultural.

Empecé a hacer Los siete locos en agosto de 1987 en el viejo Canal 13, que en esa época todavía era estatal. Unos meses antes y por gestión de Félix Luna, que hacía allí el programa Todo es historia, le había presentado un proyecto a su interventor, Carlos Gaustein. Ahí desarrollaba algunas ideas generales acerca de lo que creía que debía ser un programa de libros en TV. En el país no había modelos, a cuatro años del retorno de la democracia, ningún canal había puesto todavía en el aire un programa cultural. Sí existía uno francés, famosísimo: Apostrophes, de Bernard Pivot, cuyas emisiones recuerdo haber visto hasta el cansancio en la sede de la Embajada de Francia.

…Gaustein aprobó el proyecto y recién ahí tomé conciencia de que iba a tener que conducir un programa. En plena era de la imagen, todos alguna vez nos hemos visto reflejados en alguna pantalla. Pero en esa época era distinto, la televisión generaba todavía una especie de temor reverencial, y pensé entonces en Tomás Eloy Martínez, a quien había conocido a su vuelta del exilio. Además de su gran cultura, Tomás tenía experiencia, ya que había trabajado en los comienzos de Telenoche, con Mónica y Andrés Percivalle.

“Eso sí –nos dijo Gaustein-. Van a ir tarde, en la trasnoche. Pueden elegir entre jueves y martes”. Con cierta inocencia nos inclinamos por los martes, ya que antes iba Tiempo nuevo, el programa de más rating del canal.

..Quisimos empezar con un tema fuerte, y para la primera emisión organizamos una mesa sobre escritores y política con Jacobo Timerman, Osvaldo Soriano y Dalmiro Sáenz. Ese martes a las doce de la noche, ya dispuestos a salir al aire, podíamos ver en los monitores del estudio a Bernardo Neustadt, en plena charla con sus entrevistados. Pasaban larguísimos minutos, venían las maquilladoras a retocarnos, y nosotros seguíamos ahí sentados. Neustadt recién se despidió a la una menos cuarto, hacía cuarenta y cinco minutos que estábamos esperando. Sobre la mesa de la escenografía había un reloj de arena para marcar el tiempo de cada intervención, y apenas logramos empezar tomó la palabra Timerman: “A este reloj habría que tirárselo por la cabeza al interventor del canal, por hacer que un programa de esta importancia se emita cuando al señor Neustadt se le da la gana”, dijo. Después nos fuimos todos a comer. Había un clima de compañerismo y alegría, y yo pensaba: “Qué lástima, debut y despedida”. Pero hace 30 años y aquí estamos.

—Al año siguiente en Canal 13 no nos renovaron el contrato. Rodolfo Rabanal, que por ese entonces era secretario de Cultura de la Nación, me propuso llevar el programa a Canal 7 (entonces ATC) y allá fui, esta vez junto a Carlos Ulanovsky. A esas alturas yo ya sabía que hacer un programa como éste era ir a contramano, que los ejecutivos de los canales desconfiaban y querían sacárselo de encima y que en televisión cualquier horario es importante, aunque sea malo. Lo que hicimos primero con Tomás y luego con Carlos fue luchar, aunque siempre tuvimos niveles de audiencia respetables y un público fiel que se iba agrandando.

… En los noventa nos volvieron a sacar del aire. “No entiendo ese programa”, dijo un directivo de ATC, y entonces decidí llevarlo al cable. Yo quería hacerlo, me gustaba, disfrutaba, creía en él y en el rol que cumplía: era un espacio en un medio masivo donde los escritores hablaban de literatura, discutían, planteaban ideas, confrontaban. En ese momento aún había en el país una importante cantidad de editoriales nacionales grandes, medianas y pequeñas, y la gran mayoría nos apoyó para poder hacerlo. Todas aportaban exactamente lo mismo, con avisos que aparecían en la apertura y en el cierre. Me importa recalcar esto porque lo considero importantísimo: un programa de cultura sólo es viable con independencia comercial y editorial. Y yo siempre las tuve. Fui sacada de dos canales, pero nunca recibí ningún tipo de condicionamiento respecto de los invitados o los temas del programa.

…Estuvimos diez años en el cable, primero en Cablevisión y a partir de su creación, en Canal á. Prácticamente todos los autores importantes pasaron por el programa y tenemos un enorme archivo, con figuras de las que casi no hay registros. Creo que sólo una vez la conducción se me fue por momentos de las manos (en el debate Viñas-Sarlo de fines de los noventa, que se transmitió hasta el cansancio).

…La televisión es un gran negocio, y un programa de cultura es otra cosa. Por eso siempre quise volver con Los siete locos a la televisión pública, donde empezamos y a la que considero su lugar natural. Pude hacerlo a fines de 2001, en medio de la crisis. Ya hace más de quince años que estamos de nuevo en Canal 7, y salvo un breve sobresalto en 2004 -cuando gracias al enorme apoyo de escritores, colegas y televidentes pudimos mantenernos en el aire- siempre nos sentimos valorados y respetados. Las épocas cambiaron, ahora por suerte existen muchos más canales y programas culturales, y a nadie le sorprende ver a un escritor en la TV. Pero sigo creyendo que todavía vale la pena. Ojalá podamos seguir con Los siete locos unos cuantos años más.