ENTREVISTAS

FÉLIX LUNA: “Bastarían tres o cuatro consensos para construir un buen país”.

-¿Cuáles son los hitos históricos que considera que más influyeron en nuestra situación actual?

-Si uno le sabe preguntar a la Historia, la Historia puede responder. Las respuestas no son siempre exactas ni siempre dicen la verdad, pero algunas pistas pueden dar, porque finalmente lo que somos es una resultante del pasado. Al igual que las personas individualmente, somos lo que hemos sido y lo que estamos siendo. El país es una confluencia de procesos, hechos, tendencias, modalidades, factores de todo tipo que han ido convergiendo y seguirán haciéndolo, porque desde luego, la Historia no termina con nosotros, seguirá. En este sentido, hay algunas explicaciones para ciertos hechos. Por ejemplo, desde 1810 en adelante, existió una tendencia a afirmar lo que hoy llamaríamos democracia. Esa tendencia no se dio solamente en las grandes mayorías populares, sino también en las minorías intelectuales y políticas. Se intentó crear un sistema basado en la libertad, la participación y la tolerancia. En 1810, los habitantes de estas tierras, que eran súbditos de una corona, se convirtieron en ciudadanos. Pasaron a ser de los fieles vasallos de un rey a ser ciudadanos teóricamente libres. El Cabildo de 22 de mayo de 1810 se compuso de lo que en esa época se llamaba “la parte más sana y principal de la población”, apenas unas cuatrocientas personas en una ciudad de cuarenta mil. “La parte más sana y principal de la población” se componía de los residentes que tuvieran casa conocida, ejercieran un oficio honorable y -por supuesto- fueran más o menos blancos, europeos, criollos, incluso mestizos, pero no negros o indios. Pero en los años siguientes se fue extendiendo la idea de que había un actor nuevo, que era el pueblo. Ya en 1821, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires se sancionó una ley electoral que establecía que todos los hombres mayores de veintidós años podían votar. A partir de allí, poco a poco, el sistema electoral se fue afianzando. Se interrumpió en tiempos de Juan Manuel de Rosas y continuó a partir de Caseros con elecciones muy violentas, fraudulentas incluso, pero que sin embargo indicaban una tendencia que iría mejorando con el tiempo. Recién en 1912, después de la aparición del radicalismo, se sancionó la ley Sáenz Peña y se conformó una democracia que -aunque llena de corruptela todavía- prometía mucho. Esta se interrumpió el 6 de septiembre de 1930 pero luego continuó de algún modo, aunque con golpes de estado, fraude electoral, proscripción de partidos y anulación de elecciones. Pero la tendencia en el país es la democracia.

-¿Usted cree que en los 60 y los 70 teníamos una tendencia democrática?

-Creo que sí, aunque no se la valorizaba. Yo reconozco que estuve a favor del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, pero ahora -con perspectiva histórica- creo que hubiese sido mejor que terminase su ciclo. Todos los golpes fueron malos. ¿Cuántos planteos militares se le hicieron a Arturo Frondizi, por ejemplo? Cuando finalmente fue derrocado ni siquiera lo defendió su propio partido, un partido tan legalista como el Radical. ¿Y cuántos periodistas colaboraron alegremente con el golpe de Juan Carlos Onganía, sin darse cuenta de que estaban derrocando un gobierno civil, pacífico, respetable? Yo estuve en contra de la presidencia de Arturo Illia por algunas razones -porque anuló los contratos petroleros, por ejemplo- pero jamás hubiera compartido su derrocamiento. Fue tremendo, injustificable. En el 83, ya habíamos pasado por épocas tan tenebrosas que se necesitó recuperar una atmósfera limpia. Porque la Historia deja experiencias, y estas -tanto en los pueblos como en las personas- sirven para algo. A fines de 2001, cuando parecía que el país estallaba, nadie pidió un gobierno militar que pusiera autoridad. La sociedad les dio una carta de crédito a los políticos -a pesar de su desprestigio- y se consiguió una salida electoral más o menos racional. En este momento, la democracia es uno de los pocos consensos reales que existen en el país.

-¿Qué otras líneas continuas nos ofrece la Historia?

-La segunda es el sistema federal, que aunque siempre se invocó, nunca se ha podido establecer seria y sólidamente, porque la geografía nos hace centralistas. Y la tercera es la incapacidad del país para financiar su propio desarrollo. Nunca hemos tenido capital acumulado como para poder financiar el desarrollo con espíritu propio, siempre ha habido que recurrir al capital extranjero. Las clases sociales que acumularon capital -como los grandes estancieros de fines del siglo diecinueve o principios del veinte- nunca se preocuparon por invertir esas ganancias en otros sectores productivos.

-Mempo Giardinelli dijo en este ciclo que la Argentina que llegó a ser la séptima economía del mundo fue una fantasía, ya que era un modelo de país con una injusticia igual o mayor que la de este tiempo.

-Está equivocado. En los años veinte -la época de Marcelo T. de Alvear- había una movilidad social espléndida. Éramos un país importante, el más chico de los países grandes, o el más grande de los chicos. Es probable que hubiese miseria en algunos lados -siempre hay miseria- pero el inmigrante sabía que en pocos años podría construir su casa propia y mandar a sus hijos gratuitamente a la escuela y la universidad. No se puede decir que un país así haya sido una macana. Hoy son muchos los que hablan de Historia sin ser historiadores.

-Se está intentando otro abordaje.

-Hay un interés que se ha revitalizado en los últimos tiempos y me parece bien, siempre que en la divulgación no se deformen los hechos. Felipe Pigna, por ejemplo, es un profesional. Pero está un poco tomado por algunos lugares comunes que sigue repitiendo, tiene una especie de obsesión por actualizar la Historia y relacionarla con el presente que lleva a exageraciones.

-Hace un momento se refirió a la crisis de 2001. ¿A qué atribuye el fracaso de la Alianza?

-Hubo por parte del Presidente, me parece, un acto de flojera, de cobardía institucional. De Fernando de la Rúa no me gusta hablar porque le tengo afecto personal, pero creo que estaba enfermo, algo le pasó durante su presidencia. No es posible que un hombre que había hecho una carrera política, que había sido un senador y un jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires respetable, haya tenido semejante fracaso en la presidencia. No estuvo a la altura de las circunstancias ni de lo que sus antecedentes parecían prometer.

-En su momento, usted escribió un artículo bastante laudatorio sobre Eduardo Duhalde.

-Laudatorio no es la palabra, lo único que decía era que Duhalde había cumplido con su palabra. Se había comprometido a entregar el gobierno a quien fuese elegido y luego retirarse, e hizo exactamente eso. El país le debe un agradecimiento a un hombre que ha cumplido con su palabra en un hecho tan trascendente como ese, no importa cuáles sean sus orígenes ni sus métodos políticos. Es lo único que he dicho sobre Duhalde, a quien no conozco ni de vista.

-¿Cómo ve hoy al peronismo?

-Actualmente el peronismo es un factor retrógrado para el país. En su momento Perón significó la inserción de un valor tan importante como la justicia social. Los caudillos verdaderamente son tales cuando logran encarnar un valor importante. Hipólito Yrigoyen, por ejemplo, encarnó el valor democracia, ya que significó elecciones libres y gobiernos transparentes. Julio A. Roca significó el progreso, la apertura de fronteras. Perón significó la idea de que el Estado no puede desatender a la gente más desposeída. En su momento fue importante, pero posteriormente el peronismo se ha ido convirtiendo en una suerte de oficina política, cuyas luchas internas repercuten en todo el país. Yo no quisiera que desapareciese, los partidos políticos nunca desaparecen del todo. Pero sí que llegara a un nivel que no perturbe la salud de la vida institucional de la Argentina. Nada más que eso.

-Usted ha sido siempre militante radical. ¿Qué responsabilidad le cabe a la oposición?

-Cuando desde el oficialismo se degrada la política como se la está degradando, la oposición también se degrada. Porque el oficialismo es como un espejo donde se reflejan todas las fuerzas políticas del país. Yrigoyen supo muy bien lo que hacía cuando mantuvo al radicalismo en abstención electoral hasta 1912, porque con esa actitud diferenció netamente a su partido de otras fuerzas. El conservadurismo, las democracias progresistas, los liberales y demás fuerzas estaban en la repartija del poder. El radicalismo no iba a elecciones ni aceptaba cargos públicos, simplemente quería elecciones libres, y la gente empezó a mirar a ese pequeño partido que tenía un sentido ético tan asentado. Hasta que no aparezca alguien con la genialidad y la autoridad moral suficiente como para decir “aquí nos plantamos”, la situación va a seguir rebajándose. De algún modo es la sociedad la que se ha recuperado, está más avanzada que sus gobernantes. Esta sociedad ha protagonizado una recuperación económica asombrosa. No fue el gobierno, fue la sociedad. Los pequeños productores agropecuarios que sembraron, eligieron semillas, tecnificaron…

-Juan José Sebreli, en este ciclo, dijo que el crecimiento se debe solamente a las cosechas de soja.

-La soja ayuda, evidentemente, pero el cambio del campo argentino en los últimos veinte años es realmente asombroso. Sebreli probablemente no conozca eso. Yo veo cómo la gente de campo -el productor chico, incluso- ha cambiado totalmente sus técnicas, y también su mentalidad. Ya no existe ese productor que ante una buena cosecha sale corriendo a comprarse un departamento en Punta del Este. Ahora mejora los tractores, la maquinaria, se ocupa de elegir las mejores semillas.

-¿Qué país estamos hoy en condiciones de imaginar?

-La democracia es un valor que se afirma, se valora, se defiende incluso, pero persiste una inequitativa repartición de la riqueza que es una bomba de tiempo y crea malestares que no sabemos cómo van a terminar, no podemos seguir con el cuarenta por ciento de la población bajo la línea de pobreza. También es fundamental insertar la educación en el mundo que va a venir. En lugar de estar perdiendo el tiempo en peleas internas, ¿por qué el gobierno no organiza un debate grande, a fondo, sobre el país que queremos? Esto mismo que estamos haciendo hoy acá, hagámoslo en todo el territorio. En tiempos de Raúl Alfonsín hubo una iniciativa muy importante -que se frustró, lamentablemente- pero podría haber dado un tono nuevo a la política argentina. Fue el Congreso Pedagógico, donde se convocó a todos los sectores para hablar de educación. Tal vez la convocatoria terminó resultando demasiado amplia, pero fue un intento de hablar de un gran tema argentino con todos los actores implicados. Debería aprovecharse un momento como este -con cierta tranquilidad económica y cierto respiro- para discutir cuatro o cinco temas. Porque bastarían cuatro o cinco consensos para construir un buen país.

-¿Cuáles serían?

-El primero ya lo tenemos: una defensa total y absoluta de la democracia. El segundo, resolver qué haremos con la inequitativa repartición de la riqueza. El tercero, ponernos de acuerdo con respecto al sistema federal. ¿Finalmente somos un país centralista o federalista? Pongámonos a discutirlo en serio y saquémonos las caretas, porque al final el federalismo es un cuento que algunos gobernadores siguen contando para obtener algo de dinero. Con cuatro o cinco consensos como estos ya estaría. Qué empresas queremos que sean del Estado y cuáles queremos que sean tomadas por la actividad privada, por ejemplo. No hace falta mucho más, la idea de confeccionar un programa rígido es una idea fascista, los países no se construyen en base a un cronograma, punto por punto. El investigador francés Ernest Renan decía: “Ser una nación es tener glorias comunes en el pasado, tareas compartidas a realizar en el presente, y un proyecto común para el futuro. La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano”.

-¿Qué oportunidades desaprovechamos en los últimos años?

-Unas cuantas. A partir de 1945 se desarticuló una vieja asociación con Inglaterra que aunque estaba pasando por una crisis, todavía podía ser fructífera. Y cuando nos mantuvimos orgullosamente neutrales durante la Segunda Guerra Mundial, recibimos el castigo de no ser incluidos en el Plan Marshall. Hay varios casos como estos, pero creo que la mayor oportunidad se perdió con el derrocamiento de Frondizi, que era un hombre que tenía un pensamiento nacional a largo plazo. No solamente se cortó la vía institucional del país, sino que se abortó un pensamiento que podría haberse proyectado varios años más en políticas de estado muy fructíferas. Frondizi llegó a la presidencia de un país que todavía no estaba preparado para asimilar sus políticas, su gran error fue ser prematuro.

-Usted dijo que estuvo en contra de Illia porque anuló los contratos petroleros. Frondizi había planteado en su campaña electoral una política petrolera totalmente opuesta a la que luego llevó a la práctica. ¿La plataforma electoral no debe constituir un compromiso?

-Frondizi tuvo que adscribir a un programa del Partido Radical que era de 1946, y había quedado desactualizado. Tuvo que hacer una bandera de ese programa durante su campaña, y al asumir se encontró con que estaba sosteniendo una posición que no servía. Entonces se arrepintió.

-Hasta había escrito un libro sobre el tema, Petróleo y política…

-Por el otro lado, está la posición de Illia. En su campaña electoral anunció que iba a anular los contratos petroleros de Frondizi, llegó al gobierno y los anuló. Cumplió con su palabra, pero creo que le hizo un gran daño al país. ¿Con quién nos quedamos? Es un debate interesante.

-No estamos discutiendo sobre política petrolera sino sobre ética política. Los ejemplos son muchos, Carlos Menem también se desdijo de su discurso de campaña.

-No olvidemos que por la decisión de Illia se debió pagar indemnizaciones enormes, había contratos firmados con empresas importantes. Pero desde el punto de vista de la ética, sin duda su actuación fue correcta y satisfizo lo que se debe esperar de un político. Una vez, uno de esos chicos movileros que hacen preguntas chistosas me dijo: “Todos los políticos mienten, ¿qué político no mintió?”. “Illia -le contesté. Illia cumplió con todo lo que prometió”. Eso es respetable también, porque si le hizo o no daño al país finalmente es opinable.